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¿Es fiable el etiquetado de los productos?

No, no podemos fiarnos.

Esta la conclusión a la que he llegado, y casi no hacen falta muchas explicaciones porque me temo que cada vez hay más personas que lo tienen igual de claro que yo… Pero como no quiero que esta sea la entrada más breve en la historia del blog, voy a ofrecer algunos datos y ejemplos.

La norma que regula el etiquetado de los alimentos en nuestro país es el Real Decreto 1334/1999, que establece los principios generales que deben seguir los fabricantes, así como la información obligatoria que debe incluir. Entre esos principios generales, la norma especifica que la etiqueta no deberá en ningún caso inducir a error al consumidor sobre la composición del producto, o sea, sobre sus ingredientes. Precisamente, los compuestos que lo integran es una de las informaciones obligatorias que debe aparecer en el exterior del envase.

Esta ley nacional se complementa con lo dispuesto por la normativa de la Unión Europea, concretamente el Reglamento nº 1169/2011, que se aprobó hace ahora casi dos años, pero cuyas medidas no serán obligatorias hasta diciembre de 2014 o diciembre de 2016, según el caso.

Entre sus mejoras se encuentra la legibilidad de la etiqueta, estableciendo para ello un tamaño mínimo de letra de 1,2 mm., que desde mi punto de vista sigue siendo insuficiente. Pero lo peor es que no dice nada del contraste del texto con el fondo. Yo he encontrado multitud de envases con el texto de la etiqueta de color blanco sobre un fondo transparente, lo que hace misión imposible su lectura. A partir de diciembre de 2014 también será obligatoria la inclusión de advertencias específicas si el producto incluye alérgenos. También será obligatoria, pero a partir de 2016, la información nutricional del producto (energía, proteínas, grasas, grasas saturadas, carbohidratos, azúcar y sal), cuya inclusión es voluntaria en la actualidad.

Etiquetado sin carragenanos, no
«reconocido» por Pascual

Esta nueva legislación podría haber ido un poco más lejos, obligando a indicar la presencia de grasas trans, como en Estados Unidos. O, mejor aún, algo que vengo defendiendo desde hace tiempo: que se especifique también la cantidad de cada aditivo que contenga el producto al igual que ocurrirá obligatoriamente con la información nutricional. Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de aditivos está limitada por una cantidad máxima de consumo al día según el peso de la persona, lo lógico sería que se especificara cuánto contiene cada producto.

Pero bueno, hasta aquí la teoría. En la práctica tengo la impresión de que las empresas hacen lo que les de la gana sin control alguno. Como ejemplos puedo recordar el del batido de chocolate Pascual, en cuyo etiquetado no aparecían los carragenanos al principio, luego sí, y cuando consulté ese cambio de ingredientes con la empresa me dijeron que su batido siempre los había incluido.

Otro caso del que ya he hablado en este blog es el queso rallado President, que en su variedad de 4 quesos contenía el E-231, según la etiqueta del producto. Se trata de un aditivo cuyo uso alimentario está prohibido desde hace años. Al contactar con President, aseguran que se trata de una errata y que en realidad es el E-331.

El envase de President 4 quesos
indicaba un aditivo que está
prohibido. Según la empresa
se trataba de una errata

Otro ejemplo: en un reciente estudio comparativo de la OCU dedicado a las mermeladas de fresa, esta organización indica que la marca Unide utiliza ácido sórbico (E-200) como conservante, pero no lo declara en la etiqueta.

He puesto ejemplos de etiquetas cuyos ingredientes aparecen y desaparecen aunque la empresa lo niega, otras etiquetas que indican aditivos prohibidos por error, y otras que añaden un conservante que está desaconsejado para los niños, pero no lo ponen en la etiqueta. Podría citar más casos, como las pizzas con queso que no llevan queso, la leche con nueces que contiene un 0,05% de nueces… y así muchos más.

¿Y qué ocurre? ¿Hay algún organismo que vigila por el cumplimiento de la normativa sobre etiquetado? Si lo hay queda claro que incumple sus funciones. ¿Algún laboratorio oficial analiza los alimentos para comprobar que contienen lo que dice la etiqueta que contienen? Sospecho que no.

Así que, llegados a este punto, la pregunta sobre si podemos fiarnos de las etiquetas de los productos tiene fácil respuesta, y se encuentra al comienzo de este artículo.

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