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La poca sal que tomemos, mejor sin aditivos

Algo tan sencillo como la sal… también puede tener aditivos. Aunque después de la última entrada dedicada al agua, ya cualquier cosa es posible.

Tabla comparativa de aditivos en la sal

Pues sí, hoy toca comparar distintas marcas de sal (¡un total de 23 productos!). Aunque, como se puede comprobar en la tabla que he preparado, hay algunas variedades libres de aditivos, sin embargo existen otras muchas que incorporan el antiaglomerante E-536, ferrocianuro de potasio, o bien el E-535, ferrocianuro de sodio. He marcado esta sustancia en amarillo porque se sabe que es tóxica. Lo que ocurre, como en tantos otros casos, es que su toxicidad se manifiesta en dosis altas. En este caso concreto, aplicando la normativa de la Unión Europea, sería necesario un consumo diario de 75 gramos de sal en el caso de un adulto, o de 19 gramos en el de un niño. Estos son datos de la propia Comisión Europea en respuesta a una pregunta parlamentaria.

Me parece estupendo que sea muy difícil superar la ingesta diaria admisible (IDA) del E-536… pero, ¿para qué vas a meter en tu cuerpo una sustancia tóxica habiendo otras marcas de sal que no la llevan?

Mención aparte merecen las variedades presuntamente sanas porque contienen menos cantidad de sodio que la sal normal, lo malo es que incorporan otros aditivos que son poco o nada recomendables. Concretamente, el E-620, ácido glutámico, un potenciador de sabor que viene a ser la madre de todos los glutamatos ya que, precisamente, se derivan de él. Por eso, sus posibles efectos son similares a los que en otras ocasiones he comentado sobre el glutamato monosódico, E-621. Entre otros: estimula el apetito, debe ser evitado por los asmáticos, en personas sensibles puede provocar el síndrome del restaurante chino (dolores de cabeza y congestión facial), y está desaconsejado en niños y bebés (fuente: OCU).

Autor de la imagen: El Patojo (Flickr)

El otro aditivo desaconsejable en la «sal sana», es el E-508, cloruro de potasio, un sustituto de la sal que, consumido en grandes cantidades, puede producir úlceras gástricas, náuseas, vómitos y puede tener efectos laxantes (fuentes: OCU y Unidad de Alergias del Hospital La Fe de Valencia).

Ojo también con las que incorporan flúor ya que, como advertí la semana pasada, estamos expuestos a dosis excesivas de esta sustancia (incluso a través del agua), lo que puede llegar a producir problemas neurológicos y dentales. Así que, lo que menos necesitamos, es tomar aún más flúor con la sal.

En definitiva, que existen varias marcas de sal sin aditivos (ni falta que le hace). No obstante, hay que consumirla con muchísima moderación ya que, según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), en nuestra dieta habitual duplicamos la cantidad de sal máxima recomendada (que es de 5 gramos según la OMS). La AESAN hace unos años elaboró un interesante folleto para promover la reducción de la ingesta de sal en el que, entre otras cosas, recuerda que el 45% de los infartos y el 50% de los ictus están asociados al consumo excesivo de sal.

Lo malo es que, según denuncia la OCU, los alimentos procesados que compramos cada vez contienen más sal.

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