Hace unas semanas dediqué una entrada al libro «Hogar sin tóxicos» del periodista Carlos de Prada. En el capítulo que dedica a las pinturas advierte de las sustancias que pueden emitir como benceno, tolueno, xileno, etanol, metanol, octano, decano, undecano, éteres de glicol, dibutil ftalato. Según esta obra, hay estudios científicos que asocian la exposición a estas sustancias con problemas de salud como cáncer, asma, fatiga, fetotoxicidad, reducción de la fertilidad, alteraciones hormonales, deterioro cognitivo, daño en las células hepáticas, déficit de atención, alergia infantil y un largo etcétera.
Evidentemente, el uso de estas sustancias es legal ya que las autoridades consideran que los niveles de exposición a los que estamos sometidas las personas no es suficiente como para causar esos daños. La cuestión es similar al dilema del bisfenol A que ya he abordado otras veces. Pero ese no es el tema de hoy.
«Hogar sin tóxicos» también advierte sobre el uso indiscriminado de biocidas (insecticida, antipolillas, veneno para roedores…) ya que también pueden perjudicar nuestra salud con consecuencias como hipersensibilidad, asma, TDAH, Párkinson… Afortunadamente, la exposición a los biocidas suele ser esporádica, no permanente.
Pero, ¿qué te parecería sumar los perjuicios de ambos productos?
¿Te gustaría estar expuesto a un biocida o pesticida de manera permanente en tu casa?
Pues parece que hay gente dispuesta a ello. El otro día vi un anuncio en Facebook de una pintura con insecticida, y eran bastantes las personas que le habían dado un «me gusta». La idea consiste en pintar las paredes de tu casa con esa pintura que contiene insecticida y así los mosquitos no se atreven a entrar en tu hogar. Yo me pregunto: ¿Estamos perdiendo el juicio? De verdad, no me cabe en la cabeza que haya personas que voluntariamente elijan una pintura (imagino que más cara) que contiene una sustancia tóxica que ahuyenta a los insectos.
Vale, de acuerdo que se liberará muy poco a poco y el nivel de exposición será bajo… pero ¿qué me dices del efecto acumulativo? Ya he hablado en este mismo blog sobre cómo se acumulan los tóxicos en nuestro tejido graso. Y, ¿qué pasa con los niños? Una dosis presuntamente inocua para un adulto podría no serlo para un niño. Sin olvidar que los peques suelen chuparse las manos, tocar las paredes e, incluso, podrían chupar las paredes directamente. ¡Son niños!
La idea original la tuvo Pilar Mateo, doctora en Ciencias Químicas, con el objetivo de combatir la malaria en los países en vías de desarrollo. Allí podría estar justificado porque se trata de una enfermedad mortal transmitida por mosquitos, pero en los países desarrollados considero que no es necesario arriesgarse.
Hay países, como Argentina, en los que parece que no han llegado a autorizar su uso. En este enlace puedes ver el informe con el que las autoridades sanitarias de ese país justificaron de manera argumentada el rechazo a que se comercializara la pintura con insecticida.
Lo ideal es evitar la «guerra química doméstica» contra los insectos (en «Hogar sin tóxicos» dan algunas alternativas) y, en el caso de las pinturas, optar por las que sean ecológicas o, al menos, aquellas que contengan la menor cantidad de tóxicos posible.
La verdad es que no me sorprende que haya gente que esté dispuesta a pintar las paredes con esa pintura, y seguro q no sería poca la que lo haría, con la comida pasa lo mismo, veo en el supermercado a la gente comprando sin mirar las etiquetas, cogen, lo tiran en el carrito tal cual, sin mirar nada de nada, de 100 personas a lo mejor veo a 3 incluída yo mirando las etiquetas. 🙁
Cuanta razón tienes, Rosa.
Saludos.